Libertad bajo custodia
Hace días que no subía un cuento, por lo que en mitad de un deber que debía hacer me puse a escribir este cuento. Está recién salido del horno.
Este Blog lo conocen muy pocas personas, por lo que les pido a ustedes, que alguna vez lo visitan, dejen su impresión de lo que van viendo.
Un abrazo, cuidense y estamos al habla
Diego
Libertad bajo custodia
31-08-05
Desde que tengo uso de memoria y ando en metro he querido tirar la palanquita roja.
Es una de esas cosas que a veces sientes que estas a punto de hacer, en forma consiente o inconsciente. Como cuando estas en un lugar alto y miras hacia abajo y algo te tira. Y te alejas, y te asustas. Y dices “¿en que estaba pensando?” y luego meditas si en verdad lo consideraste o fue sólo el vértigo. Y dices “Vértigo!, sí, vértigo” … “no soy un suicida, no, nunca tan loco…”.
Pero la verdad es que siempre he tenido esas fijaciones. Ando por la vida mirando las alarmas de incendio en los edificios, esas especies de palancas que tienen las micros para sacar las ventanas, los botones de pánico en el centro, los grifos, los teléfonos SOS en las carreteras, etc.… y no se porque, pero esas cosas siempre me han llamado.
Sueño frecuentemente despierto mientras viajo. Siempre ocurre algo que amerita romper la ventana, tirar la palanca, apretar el botón, pero de golpe despierto y recuerdo a Murphy.
A pesar de llevar toda una vida en estas, nunca me había atrevido a cumplir alguno de mis sueños. Lo tomaba como un eterno poder-ser o cómo un posible imposible que sabía nunca llegaría.
En verdad no me gustaba pensar en el asunto. Cada vez que lo hacía terminaba sintiéndome oprimido, amarrado, llevado por el sistema, guiado.
Recuerdo una vez que íbamos con la Vero por la playa. Llevábamos juntos en ese entonces, a pesar de nuestra corta edad, un poco más de 4 años de pololeo y nuestra relación, como muchas otras, a pesar de figurar bien, se había transformado en una vacía costumbre.
En esa oportunidad, en la arena, me di cuenta que ya no estaba enamorado de ella, que seguía estando con ella por la misma razón que no tiraba la maldita palanca roja. Mi racionalidad me indicó inmediatamente el camino a seguir… simplemente tenía que actuar según mis convicciones... ¿Qué tan difícil podía ser eso? Si un amigo estuviese en la misma situación que yo, tendría clarísimo que decirle. Sin embargo, algo me inmovilizaba y me producía lo mismo que aquella maldita palanca.
Fue mucho tiempo después de ese día en el que decidí que no todo podía ser decidido por alguien más, y me armé de valor para finalmente terminar con ella.
Como se lo imaginarán fue terriblemente doloroso y duro, la extrañaba pero esa acción me entregó una tranquilidad que solo se comparó con el momento aquel que finalmente tiré la palanca. Algo raro se apoderó de mí y fui finalmente quien quise siempre ser.
No mentiré, este arranque de libertad en los dos casos fue dolorosa (sobretodo en una de estas 2 oportunidades, donde me golpié la cabeza contra un agarramanos) pero como me dijo un viejo amigo; “estaba gozando de un dolor placentero”. Fue justamente ahí cuando me descubrí amante extremo de la libertad.
Desde entonces han pasado 3 años en los cuales he tenido 8 relaciones “Express” y 2 juicios por daños, que han contribuido a aumentar mi pequeña popularidad en el rubro de la locomoción, especialmente en el ya mencionado metro.
Hoy me siento más libre que nunca y dejo que mis impulsos me manejen de vez en cuando.
Gracias a eso, no me he vuelvo a sentir como un títere, pero al mismo tiempo he adquirido un fuerte odio por la arena y un irrestricto miedo a las alturas.