sábado, abril 15, 2006

Mi amiga es Sartre

A continuación un cuento que me mandó la Coqui... tremendo personaje que finalmente se dignó a mandar algo para compartir. Muchas gracias Coqui, excelente escrito. ------------------------------------------------------------------------------------------------

Mi amiga es Sartre

En el último año de colegio me mandaron a leer “El extranjero” de Camus. Nunca lo pude terminar. Mi vida ya era demasiado deprimente como para buscar un símil en la literatura. Estaba llena de rollos, preguntas, incertidumbres, dudas, problemas a medio procesar y neurosis latentes. Y lo peor es que gran parte de todo ello era un ensanchamiento mental de mi propia percepción y de mi sensibilidad. Pensaba que ese enjambre de redes infinitas de angustia juvenil nunca me abandonaría. Pero llegó un momento en que eso cambió.

En vez de ser una extranjera en mi vida era una ciudadana legisladora de ella. El enjambre se fue desmadejando, los problemas ya tenían veredicto y las neurosis, ya manifiestas, estaban listas para erradicarse.

Sé que esto suena a telefilme educativo ochentero adolescente que pretende empatizar con los jóvenes y resolverle dudas a los adultos y que termina en lugares comunes. La intención es otra. No creo que mi experiencia salve a los deprimidos o a los desesperanzados; sólo creo que es un punto de vista de una nihilista rehabilitada.

En pleno proceso de este “renacer” de mi persona, conocí a Jean Paul Sartre. Sí, aunque vivo en el 2003 conocí a Sartre. Y no en sentido figurado; es más, lo veo todos los días hábiles y en contados fines de semana y festivos. Como los compañeros de oficina con los que tienes una relación superficial.

Sartre está encarnado en una amiga mía. En realidad, ya no sé ni siquiera si ese apelativo le corresponda a lo que ella se ha reducido: compañera de curso; periodista de espectáculos; presencia que ayuda a pasar horas de silencio y de ocio, pero que no llena esas horas, sólo esta ahí para sobrellevar una conversación incesante sobre nimiedades, al igual que las riendas de su vida.

Ella sobrelleva las cosas, no las lleva. Escucha, no conversa. Come, no se alimenta. Alega, no hace. No vive, sobrevive. Como diría William Blake, está engendrando peste.* No cree, no sueña, no fantasea, no se extralimita, no se abre… no, no, no. Quisiera poder decir algo en positivo, pero su visión de la vida está tachada por un elegido e iracundo no. Sartre se ha reencarnado en ella y en sus ojeras habita la mirada de Camus. Es una nihilista en el sentido estereotipado de la palabra. Es un arquetipo de nihilista. Su caminar sin orgullo, su expresión de descontento y su desprecio por la vitalidad la delatan. Nada es útil. Todo se desvanece. Nada es justo, nada llega aunque uno se esfuerce… nada, nada, nada.

Lo peor es que este “no” y esta “nada” me hacen pensar en que no hay nada que yo no haría para ayudarla a salir de su intelectualización de la vida. Pero cuando la veo caminando entre los árboles del parque con la cabeza gacha, los ojos inexpresivos, la boca apretada y el cuerpo constipado, me digo “no hay remedio” y “nada queda por hacer”, todo ha fracasado. La frustración me invade y me gustaría armarme de ira y restregarle en la cara que la profundidad de su alma es la que le puede permitir disfrutar de lo banal, que su dolor es una cápsula de sabiduría y que la risa abre las puertas a todas las intenciones.

Yo continúo legislando en mi vida y doblándole la mano al destino. Sé que si Sartre me contagia, mi trabajo será inútil. Pero como tengo buena memoria, sabré que cuando caiga en un espiral negro de miseria, habrá una luz y una mano amiga que me recordarán que soy un gallo de pelea y que vale la pena luchar. No como ella. Sé que somos distintas. Yo elijo creer. Ella elije a Sartre. Y he llegado a la conclusión que cuando te das cuenta que la persona a tu lado no quiere consuelo ni ayuda te conviertes, en ese aspecto, en el nihilista más puro del mundo.



* “Quien desea pero no obra, engendra peste” (William Blake, 1790, El matrimonio del Cielo y del Infierno).