jueves, septiembre 15, 2005

Del manual del terrorismo urbano (pag 23)

A continuación un cuento de mi buen y desaparecido en acción, amigo Rami. Disfrutenlo y felices fiestas para todos
Diego


Del manual del terrorismo urbano (pag 23)

...Es muy importante no dejar ninguna huella. Imperativo , guantes. Ropa oscura, además. Ni muy ceñida ni muy suelta, debe sentirse cómoda y ser resistente. La ropa militar oscura es buena , pero a veces hace mucho ruido cuando se raspa.
Los guantes, ojalá oscuros y de cuero. Recomiendo usar los guantes un par de días antes para ablandarlos y para acostumbrarse al tacto. Una buena prueba de eso sería abotonar una camisa con los guantes puestos.
Se pueden usar zapatillas, ojalá lo más cómodas posibles. Las botas militares son buenas para los espacios abiertos , pero el uso de zapatillas en el terrorismo urbano es casi obvio. Permite alivianar el equipo y correr por espacios reducidos.
Una mochila, también , oscura , ojalá lo más ceñida al cuerpo ( en las tiendas de esquí venden unas que tiene correas ajustables ). Ni muy grande ni muy pequeña. Recordar cubrir con cinta negra aislante los cierres , para que no brillen en la noche. Al momento de introducir el equipo en la mochila, no dejar nada suelto. Si hay alguna pieza de metal que suene, cubrirla con tape.

Al momento de iniciar la operación , 3 cosas:

A_ Reconocimiento previo
Es importante saber donde estamos ubicados, así como dónde se encuentran las fuerzas policiales y posibles testigos. Constatar si existen cámaras de seguridad, alarmas o guardias fijos. Notar la humedad del suelo y su composición, con la idea de saber si vamos a dejar huellas o a resbalar. Preparar rutas de escape. Por lo menos 2 , con la idea de nunca ser bloqueados.

B_ Plan de acción
La operación , en sí , no puede durar más de 3 minutos. No esperar a la situación ideal. Ese es un clásico error de los principiantes: Mientras esperan el ideal, la situación estratégica cambia. No arriesgarse sin necesidad. Si uno usa a un compañero, dejar bien en claro que ninguno dependerá absolutamente del otro. Las fuerzas de seguridad dependen del trabajo en equipo al nivel que las hace casi inoperantes en un ambiente de terrorismo urbano. Al momento de perderse de vista, se desorientan y desmoralizan. Usar la noche y la sombra. Las fuerzas de seguridad están acostumbradas a operar de día. El momento ideal para realizar la operación es a las 4 de la mañana, momento en el que las defensas biológicas están más bajas.

C_ Objetivos claros
La operación a realizarse no puede permitir una respuesta por parte de la autoridad. En el caso de nuestra operación , debemos dejar los objetivos claros; desde el momento en que salimos de la casa hasta que cortamos los cables. Los resultados estarán a la vista solamente en la mañana. Tenemos a un informante que nos dirá si nuestro objetivo se cumple. En caso que logremos deshacernos de la música ambiental de gran parte de Santiago, se nos informará el éxito de la misión. En caso contrario, lo hacemos otro día.

miércoles, septiembre 07, 2005

De un día feliz en Manhattan, a fines de siglo

Estimados;

A continuación un cuento que Pato Navia me mandó desde el añorado N.Y. (Nada como el Central Park) Saludos desde acá y gracias por el aporte. Diego

De un día feliz en Manhattan, a fines de siglo
Pato Navia

Hoy se cumple un año del arresto de Pinochet, te digo, al verte y luego me doy cuenta que muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, me acordaré de éste sábado, cuando me habrías de llevar a conocer el hielo.

Si pudiera pintar algún óleo para ti, lo haría contigo sentada detrás de ese escritorio, como bibliotecaria de sábado de la colección de arte de la New York University en el tercer piso del Main Building. Tendrá que ser en otoño y tú tendrás que vestir algún sweater amarillo, pantalones negros y algunos calcetines multicolores. Llevarás el pelo corto, negro, y en el fondo tendrá que aparecer el director de la biblioteca que a estas alturas debería haberse dado cuenta que nadie salvo yo llega los sábados por la tarde a ese lugar. Y yo te voy a buscar a ti, no los libros que me haces leer mientras espero que de la hora para cerrar.

Te comento lo del óleo inmediatamente después de decirte lo de Pinochet, pero te preocupa más la comida que he traído. ¡Hay feria!, dices al ver que junto al usual emparedado de pavo con tomate y lechuga, traje una crepa de queso y jamón. ¡Se dice crepes,! me corriges. Y entonces te explico que los mexicanos dicen crepas, y que los mexicanos son el país de habla hispana más grande del mundo y que por lo tanto la forma en que lo digan ellos es cuando menos relevante y no debiera ser invalidada tan gratuitamente por alguien como tú. Podría haber añadido que nos conocemos gracias a un mexicano, que gracias a que una mexicana salió de mi vida me vine a vivir a Nueva York, que si no fuera por mi interés en la política mexicana, jamás hubiéramos hablado. Pero a estas alturas, tantos encuentros después del primer encuentro, volver a los inicios me parece excesivo, un atentado a la liviana cotidianeidad de este sábado de tarde.

Por cotidiano precisamente es que sé que algún día he de añorar esta tarde. Entonces diré que ese sábado de octubre en Nueva York, cuando se celebraba un año del arresto de Pinochet, fui feliz.

No vivimos en una obra de teatro, me dijiste, mientras comías tu crepa de queso, y yo discrepé, pero decidí que la obra de teatro, la tragedia de la vida, tendría hoy el mejor capítulo, el más inolvidable, el que ameritara que cuando ya viejo y del siglo pasado, cuarenta años después, éste sábado se alzara como momento cumbre, como tarde inolvidable, como evidencia inobjetable que validara la declaración que habría de hacer: en 1999 fui feliz.

Tus crepas de queso, la indulgencia de volver a la feria después de que cerraste la eternamente vacía biblioteca de arte, la crepa de chocolate que comimos juntos en el Washington Square Park en la que seguramente sería la última tarde de sol de ese otoño, la conversación sobre todos los temas irrelevantes de que se hacen las tardes de sábado en Nueva York cuando uno es feliz y la máquina fotocopiadora que no quería trabajar y que al final sirvió de excusa para que nos conectáramos en un abrazo innecesario cuando comenzó a reproducir artículos--que seguramente perdurarán mucho más en el tiempo que esta carta--que jamás podrán decir que hicieron a nadie tan feliz como me sentí hoy comiendo crepas de queso contigo y acompañándote hasta Union Square cuando oscurecía en la ciudad.

Y ahora ya eres mía y yo soy tuyo, pensé, imitando a Neruda, sin la menor melancolía de saber que jamás podré decir con Borges: he cometido el peor de los pecados, no fui feliz.